Los cambios de casa son pequeñas muertes, los cambios de ciudad son muertes a medias, los cambios de país son muertes completas que sirven para renacer.
-“Miguel Matus”
Creo que ya todos los lectores se saben de memoria cómo hice para venir a Japón. Muchos tienen una muy buena idea de por qué quería venir. Tal vez muy pocos sepan cómo era yo cuando llegué, o lo que esperaba encontrar. A veces creo que ni yo mismo sabía qué esperar.
Creo que cuando llegué, mi mente y mi espíritu eran un gran libro abierto en una página en blanco, un recipiente listo para llenarse. Sabía que iba a encontrar cosas increíbles, visitar lugares que sólo había visto en fotos, probar platillos que me harían extrañar los tacos, y conocer personas muy interesantes.
Resultó que encontré cosas inimaginables, visité lugares maravillosos e inesperados, probé platillos novedosamente deliciosos, y conocí personas que nunca había soñado, y otras que de alguna manera abstracta sí había soñado.
Recuerdo muy bien que desde el primer fin de semana yo ya estaba más que satisfecho. “No sé qué vendrá después, pero por lo menos, por esta semana, todo ha valido la pena. Qué increíble.”
Bio vaticinó “Y lo que nos falta…”.
Esa primera semana fue muy intensa. Verse rodeado de kanjis, encontrar que las estaciones de trenes sí son –y suenan— como las pintan en las caricaturas, probar el katsudon y el gyudon (y no menciono el soba porque me van a alburear), conocer los castillos y templos, fue toda una experiencia.
No dejábamos de maravillarnos con la amabilidad de la gente en los comercios y en las calles. Contra toda probabilidad, el segundo día nos encontramos en la calle a una señora japonesa que hace mucho vivió en México, y nos invitó a todos a pasar a su casa, y cantó el Himno Nacional con nosotros.
Como saben, en todos los comercios te tratan como reyes, y no fue la excepción en el OSIC, en el que, a pesar de tener algunas reglas un poco estrictas, la verdad es que nos sentimos muy bien recibidos y cuidados.
Poco a poco nos fuimos acostumbrando a muchas cosas. La siguiente fase fue conocernos realmente entre nosotros. A pesar de venir de pasados distintos, a pesar de que cada quien tenía sus razones –o no—para venir a Japón, los 25 mexicanos que vinimos juntos, y que convivimos día a día en Osaka, nos llevamos bastante bien. Obviamente había lazos más fuertes que otros, pero en general siempre compartimos la diversión y la capacidad de asombro.
Osaka es, según mi impresión, un muy buen resumen de Japón; al menos de lo que alcancé a conocer. Te puedes encontrar un antiguo castillo como en Himeji, edificios impresionantes y vida nocturna como en Tokyo, hermosos parques como en Nara, tranquilos templos y jardines como en Kyoto, y zonas de puerto como en Kobe o Yokohama. Todo eso nos recibió de zopetón, diciendo “Bienvenidos; esto es Japón”.
Recuerdo que no fue sino como hasta el cuarto día, cuando me vi rodeado de todos los letreros luminosos en Nanba, que me cayó el veinte. “¡Estoy en Japón!” Y al final de cada día, después de haber paseado por el lugar de mis sueños con mis nuevos amigos, me sentía como en casa en el OSIC. Una tarde durante una siesta, con un pie en el mundo onírico y otro en Ibaraki, me sentí tan en casa que concluí que aún no estaba en Japón.
En Japón encontré cosas que buscaba desde hace mucho. Encontré cosas que no me había dado cuenta que buscaba subconscientemente. Encontré cosas que no buscaba y cosas que no esperaba. Pero sobre todo me encontré a mí mismo, de nuevo me vi en el espejo, y aunque a veces eso da miedo, debo decir que no me desagradó del todo lo que vi.
El frío invernal que nos recibió dio paso a los famosos sakuras, que además de servir de cursi decoración de las calles y los parques, me empezaron a mostrar algunas cosas de la mentalidad de los japoneses. Admirar a la naturaleza, disfrutar las cosas fugaces, ser conscientes del paso del tiempo y aprovecharlo….
Después de un tiempo, me cayó el veinte de que México y Japón no son tan diferentes como uno creería. En ambos siempre ha habido cierto machismo, que ya empieza a desaparecer… en ambos la familia ha sido importante (aunque también empieza a desaparecer…) . Aunque los letreros no los entiendas, los semáforos sí; acá también hay KFC, McDonald’s (aunque más rico), Coca–Cola y demás cosas heredadas del Tío Sam, aunque proliferan los restaurantes de sushi así como en México los de tacos, los de soba como si fueran tortas, y sus tés en vez de aguas frescas. Nosotros tenemos el fútbol y los toros, ellos tienen el baseball y el sumo. Nosotros vamos al Oxxo o al Seven Eleven, ellos van al Lawson o al… Seven Eleven. O al Family Mart.
Vaya, hasta encontré baleros y trajineras japoneses.
Sí, tal vez muchas cosas diferentes. Pero todo análogo.
En mayo me cambié de ciudad. Me pegó bastante al principio porque ya estaba muy apegado a la gente y los lugares. Sin embargo, lo tomé como una oportunidad de conocer más lugares. Después de todo, acá iba a estar más tiempo, así que seguramente podría hacer también muchos amigos acá, e incluso tal vez terminarían siendo amigos más cercanos.
Me gustó seguir viajando. Bien acompañado, cada nuevo rincón de Japón era una nueva aventura. Aunque sí, llegó un momento en el que nos empezamos a dar cuenta de que todos los templos eran muy similares, y poco a poco sentíamos que íbamos perdiendo la capacidad de asombro. Sin embargo, siempre encontrábamos un nuevo lugar maravilloso, y siempre seguíamos encantados con el ambiente que se siente acá, resultado de 50 años de trabajar en equipo todos parejos, sin que los pobres odien a los ricos (porque no hay ni pobres ni ricos) o los de derecha a los de izquierda.
Me di cuenta que, para mí, lo más importante y reconfortante de el “primer mundo” no es la tecnología, los robots, la automatización, los edificios gigantes. Lo más importante es el respeto entre la gente. Que no tiran basura en las calles –aunque es difícil a veces encontrar un bote—, que los coches dejan pasar a los peatones al dar la vuelta, o a otro coche en los cruces… Por Dios, ¡¡no hay topes!! No los necesitan, son lo suficientemente educados como para detenerse en la esquina. El autobús pasa a la hora que dice, y cuando te bajas espera hasta que te bajes para arrancarse.
Algo que me impresionó muchísimo en este sentido fue en una parada de autobús, una niñita como de 6 años traía una bolsa de dulces. Sus hermanos (como de 7 y 8) le decían que ellos también querían dulces. Así que la niñita empezó a repartir. Uno para ti, uno para ti, uno para mí. Uno para ti, uno para ti… ¡ay! Se acabaron. Sin hacer berrinche ni quejarse de que a sus hermanos les tocaron más de SUS dulces que a ella, o pedirles que le regresaran ese último dulce, simplemente hizo un gesto de “bueno, ni modo”, siguió disfrutando de su dulce, y guardó la bolsa para tirarla después.
Otra cosa por el estilo que no me tocó verlo en vivo, sino en un video que tomaron otros compañeros, fue cuando algunos de nosotros fueron a una primaria a convivir con los niños. Después de hacer todos coordinados una tierna coreografía para los visitantes gaijines, estaban todos sentaditos en el piso, y mis compañeros sacaron unas máscaras de luchador. Algunos se las pusieron y empezaron a jugar con los niños. Otros les dieron las máscaras a los niños. Eran como 120 niños, y sólo pasaron como tres máscaras. Los niños, felices, se reían del que se ponía la máscara, y él se reía con los demás.
¿Qué hace un niño de 7 años rodeado de sus compañeros, cuando a él le dieron una máscara que está padrísima?
Pues lo que hace el niño japonés, con la mayor naturalidad del mundo, sin que nadie le diga nada, es que se la pone, voltea para que todos lo vean, la disfruta unos 10 segundos, y se la quita y se la da a su compañero de junto. Ahora todos se ríen con él. Ese compañero se la pone, la disfruta, y luego se la pasa al de atrás. Y así.
Con esos videos y las fotos de todos de Osaka me quise proponer la tarea de hacer un video como el que hice del puro viaje. Me puse a buscar las fotos y videos que algunos otros me habían pasado, a bajar fotos del Facebook de los demás, y videos de Youtube, y a tratar de escoger los mejores y organizarlos. Lo mismo para un video de nuestra experiencia en Tsukuba (a los de los demás cursos les pidieron hacer un “promocional”, a nosotros no).
Pero pasó algo muy curioso. Con tanto material que tenía (mío y de otros), y el estarlos viendo una y otra y otra y otra vez para escoger las mejores fotos y videos; ver la misma situación una y otra y otra vez vista desde distintas cámaras, llegó un punto en el que mi experiencia en Japón se volvió una película. Una película que ya había visto muchas veces, que ya me sabía de memoria, y que a veces me empezaba a hartar. A pesar de que siguiera haciendo cosas nuevas, en esa temporada que me puse a ver los videos, de repente parecía como que ya todo me lo sabía, y ya estaba cansado.
Mejor desistí de hacer el video, por el momento.
Esta despedida continuará próximamente…
4 comentarios:
Como siempre muy buenos tus aportes, felicidades por tu viaje y gracias por compartirnos tus experiencias.
Y ojala que pronto postees la continuacion
PD. Le hubieras puesto como en los animes viejos (remi, candy, etc.)el kanji de continuará :P
Y espero que continúe pronto, porque te estpa quedando bien sentimental.
Ya hasta me dio mucha envidia, y eso que a mpi ni me emociona Japón...
Aww, se oye como toda una experiencia poca madre.
お帰り!
Como has podido ver, las cosas cambiaron poco en lo que estuviste fuera, pero en una marcada tendencia hacía abajo
Mi querido Mecartistrónico:
Siempre me da un aire fresco en la cara cuando leo lo que tienes para compartir. Tú ya estás de regreso... yo apenas empiezo. Y me has recordado la belleza de estar aquí (sea dnd sea).
Gracias.
Ojalá el viaje continue en México con tanto gusto como lo que has llevado hasta ahora... y más!
un abrazo,
D.
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