Los difuntos no tienen Facebook

Yo no soy de esos que le escriben cartas a los difuntos en Facebook.

Y no digo que esté mal. Es importante desahogarse, es bueno sacarlo. Es bueno usar Facebook como un espacio para ejercicios de redacción. Yo soy el primero en hacerlo, con mis redacciones rebuscadas que buscan esconder mi quejumbroso escepticismo detrás de alegorías filosófico-científicas. Para esto son estos espacios, para jugar al escritor interesante.  Pero a mí no se me da eso de hacer como que el destinatario lo va a leer. A mí no se me da eso de poner el altar de muertos en noviembre.

Estoy tranquilo. No tengo remordimientos, no me arrepiento de nada, no me hizo falta decirle nada. Aun lejos, le hablé por teléfono todas las veces que pude, le dije lo que la quería. Creo que lo sabía. La visitaba cada que regresaba a la ciudad; la abracé cada vez que la visité. Y todavía alcancé a visitarla y abrazarla cuando ya estaba dormida.

Algunos decían que estaba dormida como cuando uno toma una siesta, otros decían que aunque tenía los ojos cerrados, aún nos oía. Yo no estaba muy seguro de eso, pero aún así le volví a decir que la quería. Por si acaso. Yo suelo no estar muy seguro de muchas cosas. Le dije que la quería, pero eso ella ya lo sabía; le dije que me acordaba mucho de cuando yo era niño y me quedaba a dormir en su cuarto; le dije que me acordaba con mucho cariño de los cuentos del Pato Donald que me daba a leer antes de dormir, mientras mi abuelo leía cosas de adultos. Porque ella me decía que era importante leer antes de dormir. Por dormir... o por leer, no estoy muy seguro. Le dije eso, pero seguramente ella lo recordaba bien, porque cuando uno está viejo, veintitantos años han de ser muy poco. Le dije, pero no estoy muy seguro si me escuchó. O tal vez sí. Por si acaso.

Le dije que descansara.

Y me la imaginé luchando. Unos decían que ya no iba a despertar, que su cuerpo ya estaba inservible; otros decían que la fe todo lo puede, y que con oración se iba a recuperar. Qué sabían unos y otros de lo que quería ella. Un dios todopoderoso no tiene ingerencia en las decisiones de uno. Creo que ella ya quería irse. No lo sé. Me gusta pensar que sí; me gusta pensar que, como dicen los demás en las cartas que le escriben en Facebook, ya se quería ir con el abuelo. Yo también se lo dije. Me lo saludas si lo ves. No estoy muy seguro. Pero tal vez ella sí, y tal vez era lo que quería.

Se veía tranquila. Se veía descansando. Dicen que unos días antes de eso, pasó un mal rato. Qué bueno que descansaba. Yo la veía tranquila, y yo estaba tranquilo. Sí, triste y nervioso como todos, pero a veces creo que lo que me preocupaba más eran esos jaloneos de los que no la dejaban ir, esos mensajes de terceros que me decían "todo va a salir bien" . Eso yo ya lo sabía, todo iba a salir bien; pero cada quien tenía su perspectiva de lo que es bien. ¿Bien para quién? Es lo malo de creer en los cuentos de hadas, uno se hace a la idea de que los finales felices son solamente los que pinta Disney, "vivieron felices para siempre". Y los que se quedan en los cuentos de hadas no ven la felicidad que puede haber más allá.

Yo no le escribí cartas en Facebook. Escribí, como siempre, mis frustraciones y mis miedos, y uno que otro aviso a la comunidad. Y recibí muchos mensajes bienintencionados que la mayoría de las veces yo sentí totalmente carentes de sustancia y de sentido. Pero bienintencionados. No era su culpa. Quizás era la mía por tener la mente tan abierta.

Yo decidí guardar silencio.

En cuanto ella se despidió, despotriqué una última vez contra esa fe que todos me prometieron que la mantendría en este mundo --yo ya sabía que se equivocaban--, y luego guardé silencio, porque sabía que ella misma en esa situación habría mandado el mismo tipo de mensajes bienintencionados prometiendo milagros. Me pregunto si cambió de opinión esas últimas horas. Guardé silencio también porque creo que a ella no le habrían gustado muchas de las cosas que suelo compartir. Si las leyera.

Pero los difuntos no tienen Facebook.

Aún así, sentí que sería un buen gesto mantener como último comentario aquél donde lamentaba su partida. Al menos por un tiempo. Y así, sin anunciarlo dejé de escribir.

No le escribí cartas en Facebook. Pero no porque la haya dejado de querer. La quiero, la quiero mucho; en presente y no en pasado, porque el querer no es como ser amigos en Facebook, que tiene que ser mutuo, no; el querer es como prender una lámpara, no importa si está apuntada al vacío, a donde ya no hay nada, sigue estando prendida. Como cuando estaba lejos, como cuando estaba cerca.

La voy a extrañar, sí. Pero la sigo queriendo, y no me faltó decírselo, y no me faltó abrazarla, y no me faltó quererla. Y es de tontos querer que la gente viva para siempre. Si nomás estamos aquí un ratito.

Dicen los que la conocieron que siempre fue muy guapa, dicen que siempre estuvo muy enamorada de su esposo, dicen que fue buena esposa y buena madre. A mí no me consta; a mí lo que me consta es que fue buena abuela. Y por eso la quiero, y por eso la extrañaré. A todos nos dio amor; y, como buena abuela, a todos nos dio suéteres, chocolates, domingo y asilo. Pero sobre todo sonrisas y cariño. Dicen, los que le escriben en Facebook, que así fue también como madre, y hasta ahí sabemos, porque yo sólo la conocí durante un tercio de su vida, y sus hijos tal vez durante dos terceras partes, pero la otra parte se la guardó ella, la otra parte se la llevó ella como un secreto, recuerdos que ya a nadie en Facebook le toca recordar.

Guardé silencio durante una semana, diez días, no sé. Hasta que sentí que podía volver a compartir mis ñoñerías sin confundirla, hablar de videojuegos sin aburrirla, cuestionar la religión sin espantarla. Como si me fuera a leer, tal vez. No sé por qué lo hice, si los difuntos no tienen Facebook. Pero guardé silencio. Y curiosamente, hoy que decidí que ya tal vez podía romperlo, lo hice con un video que hablaba, sí, de videojuegos, como es común en mi Facebook, pero también hablabla sobre aceptar la muerte. Negación, ira, negociación, depresión, aceptación. Curioso que nunca conocí las enes. Tal vez porque entendí que ya era su tren.

Y lo escribo aquí, porque los difuntos no tienen Facebook, y porque no quiero que el muro se vuelva un concurso de a ver quién la quería más, a ver quién escribe más bonito, a ver quién le compró el ramo de flores más grande para ponerlo junto al ataúd, con el nombre del remitente bien grandote pero sin nombre de destinatario.

Sólo escribo esto por retomar el ejercicio de escribir, sólo lo hago desahogarme. Y porque, aunque los muertos no tienen Facebook, a lo mejor sí pueden leer blogs. No estoy seguro. Pero por si acaso.