Y tú, ¿crees en Dios?

Anoche tuve un sueño muy extraño.

Estaba platicando en un centro comercial con un amigo de un primo. Él me decía muy convencido, como a punto de descubrir algo:
"He estado pensando... me gustaría ponerme a analizar a profundidad la posibilidad de que Dios no exista. Porque, si Él fuera El Creador... ... Mira, hice cuatro cuadrantes..."
Y me enseñó una hoja de papel con un rectángulo dividido en cuatro... que luego resultó que era como una pantalla de computadora.
"En este primer cuadrante, el programa no hace nada. En el segundo, va creando resultados basándose en swivridan; en el tercero, basado en kragtan, y en el cuarto programé una superposición de los dos. Y mira cómo evolucionan, gracias a lo que yo programé. Esto es más que suficiente para decir que yo soy un creador, y por lo tanto todo el poder de la creación no existe sólo en Dios, sino también en nosotros... entonces... a lo mejor..."
Yo lo interrumpí y le advertí que no siguiera profundizando sus pensamientos. Le dije:
"Mira, acuérdate de cuando eras pequeño y creías en Santa Claus. Recuerda cómo te sentías. Ahora ya sabes que no existe Santa Claus; ya sabes que los regalos los ponía tu papá. 
Sabes que, cuando creías en él, las cosas funcionaban de la manera en que esperabas --si me porto bien, Santa estará contento y aparecerá y me traerá regalos--, pero no por las razones que creías.
Hoy sabes que no existe. No se trata de que no creas en él, sino de que ya sabes que no existe. Entiendes perfectamente bien las razones por las que no existe, sabes de dónde venían los regalos.
Ahora, ¿hoy podría yo volverte a convencer de que sí existe? Si te diera cien argumentos a favor de la existencia de Santa Claus, ¿podrías volver a creer en él?"
Me puse de pie.
"Y piensa, ¿son más felices tus navidades ahora que sabes que Santa no existe, o eran más felices y emocionantes antes?"
Y empecé a caminar y me alejé del Starbucks, sin que me pudiera contestar. Sólo se quedó pensando.

Época de nostalgia...



Época de recordar que hace un año yo estaba allá,
pero ya estaba solo, nostálgico.




Época de escoger fotos para decorar.
De organizar una que otra foto que quedó fuera de lugar.
Y alguna que otra que había sido olvidada.
Época de recordar.

Época de contar los días para que los de este año regresen.
Aunque no los conozca,
pero como si yo regresara por segunda vez.
Época de darme cuenta de que ocho meses en 2009 fueron mucho más largos
que los mismos ocho de 2010.
Que aprendí más.
Que conocí más,
aunque quizás no abracé tanto.

Época de ver fotos de los que ya regresan,
de reconocer algunos lugares,
y ver que otros cambiaron y nunca volverán a ser iguales.

De darme cuenta de que no sé cuándo acepté que ya fue "hace mucho".
Época de querer describir un día cualquiera aquí, un día cualquiera allá,
y los detalles se esconden
y cuesta trabajo encontrarlos.
Y no lo escribo,
y se queda en borrador en la tercera línea.


Época de repasar uno a uno los fines de semana con Bio en Tokyo,
en Yokohama,
en Nagoya,
en Hiroshima y otra vez en Tokyo.
Las largas noches en autobús con paradas al baño cada dos horas.
Las madrugadas abandonado en una banqueta cerca de la estación,
demasiado temprano para encontrarla despierta.

Dos horas de regreso en shinkansen,
jugando Zelda en el Nintendo DS.



Es época de cenar en el Okuma.
Y pedir un gohan sencillo,
sólo para recordar.

No sabe igual.




Época de adivinar de dónde son las fotos de Felipe.
De ponerme al corriente escuchando las grabaciones pasadas de Mexicanos En Japón.
De acordarme de cuando no los escuchaba grabados de varias semanas atrás,
sino que chateaba con ellos,
en el mismo huso horario.
Época de, de alguna extraña manera, extrañar esos chats con Manuel, con Felipe,
con Rigo, con Esdras y el tocayo,
cuando, como hoy, me aburría en el trabajo.

Lentos chats en Twitter que me hacían sentir menos solo,
en esa época en que estaba yo allá,
pero ya estaba solo, nostálgico.



Época de querer retomar el blog,
y darme cuenta de que siguen habiendo más escritos el año pasado que éste,
y darme cuenta de que últimamente,
--como cuando aprendí a escribir, hace unos ocho años--
con la nostalgia me es más fácil que con la alegría.

Y darme cuenta de que últimamente no he escrito tanto,
así que las cosas, a final de cuentas,
no andan nada mal.