Mañana gris


Suena el despertador. Esta vez, no es para él. Según sus sueños, abstractos e indescifrables como es costumbre, hoy es alguien más quien debe venir a callar el ruido. Pero él es muy buena gente y se pone de pie para apagarlo. En parte por amable, y en parte porque no lo deja dormir. Vuelve a sonar. Lo vuelve a callar. Las sábanas ya están todas enredadas, pero la cama sigue siendo igual de cómoda. ¿Quién querría pararse y empezar el día, teniendo una cama que se siente tan cómoda, tan fresca al tacto con la cara?

Para la tercera vez que suena el despertador, ya le empieza a caer el veinte de que lo está llamando a él.

Ayer se quedó hasta tarde terminando un trabajo para la escuela. Por fin está terminado. Después de muchos meses sin poder avanzar, después de estar a punto de darse por vencido, por fin ayer --o mejor dicho, hoy en la madrugada-- quedó terminado y empaquetado en un bonito iconito virtual para poder enviárselo al asesor.

Por eso ahora tiene tanto sueño. Por eso ahora el ruido del despertador no importa. Importa más lo bien que se siente tener la sábana fresca contra la mejilla.

Pero el reloj no se cansa de llamarlo. Como los perros cuando no dejan de ladrar, como un niño que no deja de llorar, el pitido electrónico bajo el yugo de los números luminosos sigue con su fastidiosa tarea de gritar en chillidos intermitentes. Llegan refuerzos: su madre que viene a decirle que tiene que llegar temprano al trabajo para poder regresar temprano a trabajar en la tesis.

"No... ya acabé... ya mandé... asesor... faltan sinodales... pero acabé..."

Decenas de pitidos después, él empieza a recuperar la conciencia. Se levanta una última vez para atender al capataz automático, asegurándose de no sólo presionar el botón de "Cállate", sino mover el interruptor a la posición de "Cállate y no molestes más."

Es lunes, hay que ir a trabajar. Pero hoy no tan temprano. El sábado le tocó ir a la oficina un rato, para supervisar que su último proyecto se instale correctamente en el sistema productivo. Todo salió bien. Hoy, no hay mucho que hacer; quizá tan sólo recibir felicitaciones de la coordinadora de dicho proyecto por haber hecho tan buen trabajo. Eso puede esperar. Nadie se molestará por que llegue unos 60 ó 90 minutos tarde. Si acaso a la silla le dará frío, pero nada más. Inclusive anoche le avisó al cuidador de la pensión que sería probable que hoy saliera tarde, que no era necesario tener el coche listo desde las 7, así que no hay prisa por salir.

Pero de cualquier manera, habrá que levantarse pronto. Aún no. La cama todavía no lo despide. Entre nubes oníricas, está consciente de que el ronco chillido del buró no volverá a sonar, porque ya le dio la orden definitiva. Si no suena, probablemente no haya quien lo despierte hasta las 10, 11 de la mañana. Eso ya sería demasiado. A tientas, sin abrir los ojos, busca el control remoto de la televisión. Logra encontrar el botón de encendido. No pasa nada. No hay luz, no hay sonidos, no está la voz del locutor dando malas noticias. Con la conciencia a medias, deduce que tiene que presionar un segundo botón para que el aparato no espere órdenes de la computadora --ayer se quedó hasta tarde haciendo un trabajo para la escuela--, sino que ahora hay que escuchar al señor de las malas noticias. Encuentra ese botón. Sueña que lo presiona. Duerme.

Unos veinte sueños después, de nuevo alguien se asoma a la habitación. Esta vez es una voz masculina. "Ahi nos vemos Javier...". Se da cuenta de que por alguna razón el televisor no obedeció. Aún tiene el dedo en el botón. Buscando un impulso de fuerza, abre los ojos y lo presiona. El pequeño ojo rojo del aparato parpadea, como guiñándole, como diciendo "quédate otro rato.. no pasa nada...". Pero la imagen sigue en negro. Busca otros botones para presionar y por fin logra que el cuadro se ilumine.

Cuando por fin empieza a recuperar la conciencia, el silencioso despertador dibuja "8:10". Una luz gris y opaca se asoma por las orillas de las cortinas. El día está nublado, como era de esperarse. Sólo un poco; no disminuye la luz que llega, sólo le quita el color. Él se levanta de la cama, con la rigidez en el cuerpo típica del amanecer. Se asoma al comedor. Ya no hay nadie en la casa. Ya no tendrá tiempo de desayunar, eso sería demasiado cinismo. Entra al baño, se despide de la sobrecarga intestinal acumulada mientras termina de despertar por completo. Gira las llaves de la regadera. El vapor empieza a llenar el aire. Gira la otra llave.

Al verse en el espejo, nota que hoy es un buen día para rasurarse. De cualquier manera, hoy llegará tarde al trabajo. Veinte minutos más tarde no afectarán mucho, pero sí vale llegar bien arreglado. Por alguna razón, la gente tiene un respeto instintivo ante la gente con mejor apariencia. No importa que concientemente uno sepa que cierta persona sabe mucho; el instinto nos dicta que las personas con mejor apariencia son mejores. Así que, aunque hoy llegue tarde, vale más llegar bien presentado. Saliendo de la regadera se rasurará. No importa llegar quince minutos más tarde.

El chorro de agua sobre la nuca y la espalda termina de activar a las últimas neuronas que aún andaban de viaje. Mientras se enjabona la espalda y los brazos, se pone a cantar.

Sale de la regadera, limpia el espejo, y busca la espuma para afeitar. Abre la llave. Demasiado caliente. La gira un poco a la derecha. El calentador aún se oye rugiendo en la cocina, pero el chorro ya es soportable. Se remoja la cara y la cubre con la sustancia verdiblanca. Cuando se rasura saliendo de la regadera, el rastrillo recorre la piel con menos reclamos. Se enjuaga de nuevo.

Sale del baño con la toalla en la cintura. Llega al cuarto, que sigue iluminado de gris como antes. Se acerca al televisor para encenderlo como es costumbre, para enterarse de las noticias mientras termina de vestirse. No, hoy no. Hay algo en el ambiente que le hace decidir no irradiarse de electrones esta vez. Aunque sea por un rato, hay que disfrutar la mañana.

Porque las mañanas grises también se disfrutan. Sobre todo aquéllas como ésta, en que no hay tráfico. Se asoma por su ventana; apenas dos o tres coches pasando. Por alguna razón, no hay el típico griterío de cláxones al que ya está acostumbrado. Mañanas así hay que disfrutarlas sin el ruido policromático del programa matutino.

Dentro del cuarto sólo se oye el siseo de la toalla, los cajones, el pantalón, la camisa. Afuera, la mañana gris con su ruido gris. Uno que otro coche pasando sin hacer mucho escándalo. A lo lejos se distingue el chirrido de uno o dos pájaros sobre el árbol. De repente una señora camina por abajo de la ventana, platicándole a su comadre que si Rodrigo se fue muy temprano a trabajar, y dejó la ropa toda tirada. Le platica, sin salirse del matiz gris del ambiente.

Es curioso cómo tanta gente le regala sus secretos sin saberlo. Borrachos que se cuentan sus aventuras con las secretarias, adolescentes que se insultan y critican a otros compañeros, taxistas que a media noche buscan una discusión interesante para no ser vencidos por el sueño... tantos personajes que emiten sus ideas sin saber que hay un tercero que escucha sin poderlo evitar desde la ventana sobre de ellos. Hoy él se enteró de que Rodrigo se fue muy temprano a trabajar.

Con los zapatos abrochados y el saco y la corbata en la mano, busca las llaves para salir. Cruza el comedor asegurándose por segunda vez de que nadie le hubiera preparado un desayuno que hoy quedaría huérfano. No hay nada. Ya pedirá algo de comer desde la oficina. La puerta tiene cerrado el pestillo de arriba. Mete la llave. La gira a la derecha. La puerta está libre.

Sale de la casa. Todo está listo. Todo listo para que hoy sea un gran día.

4 comentarios:

silvestre dijo...

Me gustó, comienza a cambiar el tono del relato. Hablar en tercera persona te libera un poco y hasta te da chance de bañarte y oir el mundo de afuera.

Vain¡lla dijo...

Me gusta, me gusta mucho!!!

Las mañanas grises no tanto, la verdad.
Un abrazo, primo!!

El mecartistrónico dijo...

A mí la verdad me chocan los días nublados. Pero ayer tenía ganas de llevarme la contra y escribirlo.

El mecartistrónico dijo...

De hecho, después empecé a pensar cómo sería realmente una mañana gris muy disfrutable (tal vez en otra vida, como comentábamos), y lo empecé a escribir... pero estaba quedando muy cursi (muy marica como dirían algunos), así que no lo pondré aquí. Tal vez exista otra Mañana Gris en una Realidad Alterna.