Gritos

Hoy de nuevo me desperté con los gritos de dolor de mi mamá.
¿Qué pasó? ¿Cómo es posible que a más de un mes de la operación, cuando ya casi estaba por terminar de recuperarse, pase esto de nuevo?

La ayudé a bajar el escalón del baño. Arrastraba la pierna como si la tuviera tiesa como piedra pero parecía que se le iba a desquebrajar si la apoyaba. Mi papá no sabía si tomarla de un brazo, de la mano, del codo, o cómo... se abrazó de mí y con un grito de dolor bajó la otra pierna.

Y así, con gritos largos y fuertes, y pasos cortos y débiles, poco a poco llegamos a su cama. Con muchos trabajos se sentó y luego de otros segundos de agonía logró acostarse.

"Gracias... ya vete a descansar."

Eran las 6 de la mañana. Ayer regresé del trabajo muy cansado así que dormí toda la tarde. Me desperté en la noche, y estuve jugando xbox hasta las 4 de la mañana. Ciertamente, a las 6 de la mañana necesitaba descansar.

Ya no supe qué pasó hasta las 9 que sonó el despertador. Después de la batalla de siempre, me levanté, desayuné los tamales que compró mi papá, me bañé... mi mamá seguía dormida. Limpié un poco mi cuarto y me fui a la clase de japonés esperando que todo hubiera sido un sueño.


Cuando regresé, la puerta aún estaba cerrada. "No se ha movido en todo el día... no la he querido despertar, pasó una noche muy mala."

No sé qué estaba haciendo yo unos minutos después cuando vi que mi papá estaba dentro del cuarto porque ella se quería levantar al baño.

Otra vez empezaron los gritos. No fue un sueño.

Esta vez, cuando salió del baño, le acerqué mi silla con rueditas para que no tuviera que caminar los cinco metros que tan largos fueron en la madrugada. "¡Me duele! ¡Me duele mucho!"

A veces parece que el dolor es tan fuerte como cuando antes de que la operaran. Como si los noventa mil pesos, dos semanas de preparación, cuatro de recuperación y todas las presiones involucradas no hubieran valido de nada.

Sus gritos ya no me espantan tanto. No porque sean menos fuertes, sino porque terminé acostumbrándome a ellos.



Cuando te acostumbras a oir a tu mamá gritar de dolor, con lágrimas en la cara, sin poder hacer nada, un día tras otro, pierdes la fe en muchas cosas. Eso, aunado al hecho de sentirte solo, de no encontrar con quién compartir, de no hallarte en lo que haces y de tener tiempo sin ver a tus amigos --a veces porque ellos tienen otras cosas que hacer, a veces (como hoy) por tener que cuidar a tus papás.

"Sé bueno y te irá bien."
"Todo lo que haces se te regresa."
"The love you take is equal to the love you make."
Karma.
"Por ahí anda una persona especial para ti, esperando conocerte."
"El que persevera, alcanza."
"eres como una prueba de que existen personas verdaderamente buenas en este mundo y que vale la pena intentar ser una de ellas."


No lo intentes.
No vale la pena.




Creo que lo que te va matando poco a poco es tener esperanza. Cuando esperas que pase algo "porque ya te lo mereces" y no ocurre, poco a poco te van rasguñando el corazón. Si entras a un nuevo trabajo o una nueva oficina, no esperes encontrarte a alguien interesante. No esperes tener el tiempo para todo lo que quieres hacer. Si entras a una clase con un título interesante, no esperes que te ayude con tu tesis. Si una nueva persona te pone atención, no esperes que esta vez la historia vaya a ser diferente.

Es mejor no esperar nada, para no llevarte decepciones.


Pero entonces, ¿dónde queda la fe? ¿Qué pasa con las metas? ¿Dónde dejas tus sueños?




Mientras escribía esto, mi mamá ya comió y se tomó sus medicinas. Y ya se pudo levantar --con ayuda-- sin demasiado sufrimiento.

Tal vez las cosas no estén tan mal.

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