Teletransportación a Marte

Hoy tuve el sueño más extraño de todo el año.

Primero, es prudente mencionar que 1) he estado viendo muchas fotos y videos del viaje a Japón, sobre todo de cuando estábamos todos juntos; 2) estoy un tanto ansioso/nervioso por mudarme a Guadalajara; y 3) he estado viendo The Big Bang Theory mucho últimamente.

Todo empezó cuando por alguna razón teníamos que ir a Marte. Sí, al planeta rojo ése a donde algunos dicen que tarde o temprano nos tendremos que mudar y que para eso hay que empezarlo a aclimatar. Por alguna razón, estaba con todos mis compañeros ex-becarios y nos iban a mandar para allá. Claro que un viaje a Marte toma 6 meses, y yo sólo contaba con aproximadamente ocho horas de sueño, así que mi subconsciente tuvo que hacer algunos ajustes para que eso pudiera suceder en el tiempo determinado.

Primero tendríamos que hacer una parada en la Luna. Eso es más fácil, ya han ido muchas veces. El viaje a la Luna no lo percibí, pero creo que fue una especie de teletransportación sencilla. Simplemente, de repente ya estaba allá, y al dar la vuelta en una esquina (no sé si era una roca enorme o un edificio) se podía ver un gran cráter con el sitio del alunizaje original. Detrás del cráter, al fondo, un complejo hotelero y ciudad como en cualquier playa primermundista mexicana (--cabe mencionar, fuera del sueño, que hace poco fui a Manzanillo, y que este año un amigo piensa casarse en Acapulco).

Cruzamos caminando --obviamente ya habían aclimatado la Luna con una atmósfera presurizada y respirable-- y llegamos hasta las instalaciones que nos mandarían a Marte. El proceso aquí era un poco más complicado. La máquina que íbamos a usar era una especie de cilindro como de metro y medio de diámetro, y dos y medio de alto. En su parte superior había una especie de lente que apuntaba en diagonal hacia abajo a la altura de la cara. Esta parte podía girar al rededor para apuntarle al individuo que sería teletransportado, quien estaría ahí parado, sin ninguna clase de protección o aislamiento de los demás. Estaba pues el cacharro este en medio de un cuarto casi vacío (que ahora que lo pienso, bien podría ser el cuarto de mi tío en casa de mi abuelita), y todos entrábamos ahí. La verdad es que no nos dieron mayor explicación de cómo funcionaba la máquina ni qué pasaría, así que yo discretamente me acobardé y me hice para atrás, para que fuera alguien más de los otros 24 presentes quien la probara primero.

A decir verdad, ni siquiera tuve el valor de ver qué es lo que pasaba cuando uno a uno mis compañeros eran teletransportados, y de hecho preferí salirme del cuarto a platicar nerviosamente con uno de ellos, Toño.

Cuando regresamos, algunos minutos después, ya quedaban sólo unos 7 u 8 compañeros. Algunos de los operadores de la máquina estaban comentando algo sobre si debíamos o no llevar objetos metálicos. "Es que no, porque ésos no se comprimen, entonces no alcanzan a pasar por el agujero...". En ese momento le tocaba a Cheché, quien se paró frente a el enorme lente y activaron la máquina. Yo esperaba verla desaparecer de alguna manera espectacular, pero no fue así. Sólo se quedó ahí parada, rodeada por un extraño brillo azuloso transparente.

Según entendí, lo que la máquina hacía era que a través de una especie de radiación hacía que tus células fueran lo suficientemente compresibles y deformables como para que --con alguna otra máquina, supongo-- te hicieran pasar por un tubo microscópico --algo así como los teóricos agujeros de gusano, pero sin viajar en el tiempo-- que te haría pasar instantáneamente de la Luna a Marte. (Lo cual me suena lógico, puesto que si comprimen tu masa y volumen a tan sólo una línea --valga la redundancia, unidimensional--, o lo más aproximado a ello, entonces tu longitud se aproximará a infinito, haciendo que llegues de un punto a otro en un tiempo que se aproxime a 0).

¿Qué es lo que pasaba del otro lado? No lo sé. Los "científicos" no se decidían entre si se podían llevar objetos metálicos o no (y no supe qué pasó con los que ya se habían ido), así que por un lado yo empecé a quitarme todo y ponerlo en una charolita como en el aeropuerto, y por el otro cada vez desconfiaba más del cacharro ése (así como de la vacuna de la influenza H1N1), así que conforme tenía menos posibilidades de dejar pasar a alguien más, me entraba más el nervio.

Finalmente, antes de que me tocara a mí, algo me hizo despertar.

Estuve semi despierto por un par de segundos, dije "qué extraño sueño", lo repasé todo, y volví a dormir.

Un par de segundos después estaba en el comedor de la ahora inexistente casa de mi abuelita, jugando cartas con mis papás y mis tías. En la primera mano que me tocó, me salió una tercia de niños, cuyas cartas se seleccionaron automáticamente. Una de esas cartas era todo un cuadro donde por ahí aparecía un niño, así que una de mis tías se quejó. Pero se seleccionaron solas, así que estaba bien. Con eso ya me pude bajar, y pararme de la mesa para moverme al rededor. También tenía poker de demonios. El arroz (como todos sabemos, las cartas se acompañan de arroz blanco con frijoles) estaba bueno.

Voy a hablar un poco de mí.

(Fragmento de un libro que estoy leyendo)

Sin embargo, cada vez que debo hablar de mí mismo me siento, en cierto modo, confuso. Me veo atrapado por la clásica paradoja que conlleva la proposición: "¿Quién soy?". Si se tratara de una simple cantidad de información, no habría nadie en este mundo que pudiera aportar más datos que yo. No obstante, al hablar sobre mí, ese yo de quien estoy hablando queda automáticamente limitado, condicionado y empobrecido en manos de otro que soy yo mismo en tanto que narrador --víctima de mi sistema de valores, de mi sensibilidad, de mi capacidad de observación y de otros muchos condicionamientos reales--. En consecuencia, ¿hasta qué punto se ajusta a la verdad el "yo" que retrato? Es algo que me inquieta terriblemente. Es más, me ha preocupado siempre.

Sin embargo, la mayoría de las personas de este mundo no parece sentir ese temor, esa incertidumbre. En cuanto tienen oportunidad hablan de sí mismos con una sinceridad pasmosa. Suelen decir frases del tipo: "Yo parezco tonto de tan franco y sincero como soy", o "Soy muy sensible y me manejo muy mal en este mundo", o "Yo le leo el pensamiento a la gente". Pero he visto innumerables veces cómo personas "sensibles" herían sin más los sentimientos ajenos. He visto a personas "francas y sinceras" esgrimir sin darse cuenta las excusas que más les convenían. He visto cómo personas que "le leían el pensamiento a la gente" eran engañadas por los halagos más burdos. Todo ello me lleva a pensar: "¿Qué sabemos, en realidad, de nosotros mismos?".

Cuanto más pienso en ello, más reacio soy a hablar de mí mismo (si es que realmente hay necesidad de hacerlo). Antes prefiero conocer, en mayor o menor medida, hechos objetivos sobre existencias ajenas. Y, basándome en la posición que ocupan tales hechos y personajes individuales en mi interior, o a través del modo en que restablezco mi sentido del equilibrio incluyéndolos, trato de conocerme de la manera más objetiva posible.

Ésta ha sido la postura, o, dicho de una manera más solemne, la visión del mundo que he mantenido desde la pubertad. Tal como el albañil apila un ladrillo sobre otro siguiendo el hilo tenso de la plomada, yo he ido conformando en mi interior esta manera de pensar. De una forma más empírica que lógica. Más práctica que intelectual. Pero un punto de vista como éste es difícil de explicar a los demás. Yo lo he aprendido sufriéndolo en mi propia piel.

Quizá se deba a eso, pero desde la adolescencia me he habituado a trazar una frontera invisible entre mí mismo y los demás. Empecé a tomar una distancia perpetua ante el otro, fuera quien fuese, y a mantenerla mientras estudiaba su actitud. Aprendí a no creerme todo lo que la gente dice. Mis únicas pasiones sin reservas han sido los libros y la música. Y, tal vez como lógica consecuencia de todo ello, me fui convirtiendo en una persona solitaria.

 




--Haruki Murakami. "Sputnik, mi amor"
(スプートニクの恋人, traducción de Lourdes Porta y Junichi Matsuura)